7.11.07

Estaba sentada, bajo el sol de mediodia, con la boca seca y un libro por leer entre las piernas. Con un cigarro en una mano y los nervios en otra. Habia soñado con el momento, con el espacio, con todo. Pero todo fue mejor que lo imaginado.
El extraño se le acercó con una broma y se sentó a su lado, se pidió un saludo. Y en ese saludo todo cambió, todo se volvió distinto y la luz cambió de tono, el organillero estaba finado, la gente pasaba pero ya no importaba. Solo importaban los ojos de ese extraño, la nariz de ese extraño, el olor de ese extraño.
Y las horas pasaron sin tregua, y de un momento a otro, de un segundo a otro sus brazos se acostumbraron a su estatura, a su tamaño y parecia todo menos un extraño. Pero segui siendo un extraño por que el oido aun que reconocia su voz le sieguía haciebdo cosquillas como hace una voz nueva.
Y las manos hicieron el trabajo de conocimiento, tomandole la medida exacta entre la boca y la barbilla, el tamaño de los ojos, las cuartillas necesarias para rodearle la cintura. Y él hizo lo propio, sopesando cada una de las manos, rocorriendo con la mirada la distancia de sus miradas y descubriendo en esos ojitos negros cosas que ni siquiera ella conocia... y le dio gusto conocerse en él, descubrirse en él.
Y se tragó su corazón y lo guardó en su boca, y le sorbió como una ventosa una parte de la vida, le dejo las manos pegadas a la cintura y la dejo irse... se dejaron ir sin un beso de despedida.